La delicada mano que acariciaba su espalda se transformó, de golpe,
en un temblor glaciar que le recorrió el cuerpo.
No atinó a darse vuelta.
Prefería la siempre traicionera paz de la ignorancia.
La absurda certeza de estar solo en esa desconocida casa;
era lo único que lo mantenía con vida.
El aliento se le escapaba en pequeños sonidos.
Pánico.
Terror.
Si giraba la cabeza se sabía perdido.
Mejor esperar lo inevitable con el corazón en lágrimas
y la vista tan temblorosa como fija en el teclado.
Sin embargo ya nada le salía.
Las palabras se atascaban en sus manos
y los caracteres, ya borrosos,
pecaban de sinsentido.
Sólo entonces se opuso a la verdad.
Giró lentamente la cabeza y descubrió,
con el terror de una presa,
su reflejo solitario.
En un viejo espejo.