fracciones de segundo… | microrrelatos

De pronto encontró, sin más búsqueda que un suspiro, una falla tan mínima como eterna, tan sutil como etérea, que afecta a todos los que a este mundo dedican su vida.

Había algo que no encajaba. Algo que por más inteligentes y eruditos que fueran, a todos escapaba.

Era tal vez la simplicidad con la que se anunciaba, esa cruel trampa del destino que de tan sencilla, de tan mínima y pequeña, a la humanidad entera tenía engañada.

Pero él lo descubrió. Tan claro como visible. Tan lógico como aterrador.

Estaba ahí. A simple vista. Cada vez que pestañeaba.

Al abrir y cerrar los ojos el mundo se esfumaba. Y volvía otro mundo, distinto, modificado, un mundo muy diferente del que sus ojos recordaban.

Eran milésimas de segundo, verdad. Incluso muchos le dirían que no era nada. Pero él sabía, que milésima a milésima, el tiempo se evaporaba.

Y que si sumaba todas las veces que parpadeaba, el resultado lo mataría por dentro, lo atacaría con la fuerza de esa eternidad que se le escapaba.

Era un tiempo tan perdido como muerto. De secretos escondidos.

Secretos que nadie quería ver, que nadie podía ver. Que nadie añoraba.

Pero a la débil luz del tenebroso descubrimiento, sólo veía dos opciones.

Una era dejar de parpadear, evitando que el tiempo se escapara.

Eligió la segunda.
Y cerró los ojos para siempre, con la ayuda de unas gotas que le quemaron hasta el alma.

 

 

Te amo che!

rosas

La miró fascinado. Como se miran esas copas de fino cristal con las que se brinda despacio. La adoró en secreto, pero de inmediato. Atesorando su perfume en un recuerdo, que vuelve a él a cada rato.

Se sentía libre y abrumado. Se sabía presa y encantado.

Ella brillaba con luz propia, encandilando, con la magia de sus sueños, una vela que parpadeaba en otro tiempo. Otro mundo. Un mundo para ellos perfectamente creado.

Sin saberlo, él se fue soltando. Dejando entrar esa mirada que esperaba hacía años. Su voz lo acariciaba desde adentro, con la frescura dulce del otoño, que flotaba, entre hojas peso pluma, esa eterna noche, de un mayo tan soñado.

Él la recorría con ojos perdidos, ojos mendigos, que la miraban desde abajo. La miraban como se mira a quien se teme. Pero no por amor al temor.

Por temor al amor era en este caso.

Ya la sentía tan parte suya que la falta de recuerdos le era extraño. Como si se hubieran visto en otro momento, en otra vida, en otro otoño. En otro año.

Nunca sabría si por la fuerza del amor, sus caminos se habían cruzado, o si ellos, sin darse cuenta, estaban escribiendo su propio destino, con tinta color vino y tomados de la mano.

Lo único que sí sabía es que esa noche, al entregar su alma con un beso, se dio cuenta que la conocía desde siempre.

La conocía desde siempre, sin que nadie los hubiera presentado.

 

Para vickyta, el amor de mi vida.

 

Sheldon´s St. Valentine letter to Amy…

Esta semana nos teníamos que poner románticos…

allinthemath

BAZINGA!!!!

Luke, trust your feelings… at the table!

Y para terminar la semana, la respuesta de mi amigo Julio Ortellao al post:
Join me… for dessert!

1er. Acto:
Luke Skywalker comiendo un churrasco con la mano.

2do. Acto:
Luke Skywalker comiendo una milanesa con la mano.

3er. Acto:
Luke Skywalker comiendo asado con la mano.

 

¿Cómo se llama la obra?

 

Use the forks, Luke…

 

Está Biennnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn, también, no?

 
(*homenaje a Los Simpsons, para los que no tengan nuestro nivel de geekitud)

Join me… for dessert!

Un chiste que me contó mi novia hermosa el otro día y que todavía no puedo parar de reírme pensando en cómo lo contaría el Beto Tony & su muñeco:

1er. Acto:
Darth Vader comiendo un postre.

2do. Acto:
Darth Vader comiendo un postre.

3er. Acto:
Darth Vader comiendo un postre.

 

¿Cómo se llama la obra?

 

Helado oscuro…

 

Está Biennnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn, no?

el ascensor… | microrrelatos

Llegó tarde. Unos minutos. No tan tarde.

Sin embargo el edificio ya estaba vacío. Confiando en que lo esperarían, subió al ascensor y marcó el número diez. Era uno de esos ascensores modernos que no hacen ni un ruido, una caja hermética destinada no sólo a llevarlo a la altura deseada, sino también diseñada para brindarle un espacio sin tiempo, un refugio perfecto donde entregarse a sus pensamientos.
Nada podía distraerlo.
No había ruidos ni dentro, ni fuera de esa caja de meditación a la que el mundo llamaba ascensor.

Por eso no se sobresaltó cuando sintió el apagón. Cuando el edificio entero se detuvo, él esperó, paciente, entregado a su meditación.

Pero al rato, la meditación se hizo angustia y la caja perfecta olía más a tumba que a ascensor. Escuchando los estruendosos latidos que escapaban  de su pecho comenzó a gritar por ayuda.
Nada.

Sólo las paredes del ascensor le devolvían un débil lamento que arrancaban de sus propios gritos. Gritó más fuerte, golpeando, con puños y pies, el ascensor.
Nada.

Horas más tarde, ya cansado y dolorido, se dejó caer. Sentado contra uno de los laterales volvió a su estado de meditación y comenzó a cantar.
Si hubiera sabido que era la última canción que cantaba en su vida, la hubiera elegido mejor. Porque dos días más tarde, todavía en perfecto estado de meditación, cantaba esa misma canción. Mientras fuera del edificio se escuchaban, siniestras sirenas que anunciaban, ya estaba todo listo para la implosión.