cincuenta y siete… | microrrelatos

Ese número lo atormentaba hacía vidas.
57.
La culpa se adueñaba de sus pensamientos, de su cuerpo, de sus días.
El sueño era un amigo lejano, que ya casi no veía.
Noche tras noche, sus 57 víctimas se hacían carne y lo perseguían.
57.
Ni uno más; ni uno menos. 57.

Eran 57 almas. Hombres, mujeres, niños y niñas, que marcaban,
a fuego de recuerdo, los meses que hacía que no dormía ni comía. 57, 57.

No tenía más fuerzas para seguir adelante,
ni siquiera para sufrir en soledad su tristeza y su agonía. 57.

Un día, en la puerta de una iglesia, decidió confesar,
con sincero arrepentimiento,
los 57 asesinatos que eran dueños de su vida.

Otra vez en la calle, se hizo libre de pecado y sintió que la paz lo consumía.

El 57 ya no estaba.

Sus ojos se inundaron de extrañas lágrimas que apenas conocía.
Ya no sufría el dolor intenso de esas 57 espinas.
De ese odiado 57 que tanto lo perseguía.

Sin embargo el pánico se apoderó de él y volvió a entrar a la iglesia corriendo por su vida.

58.

No podía dejar testigos.
58.

 

 

quetrenquetren | cortometraje

quetrenquetren from Federico Stöltzing on Vimeo.

por una sonrisa… | microrrelatos

No era la primera vez que le sucedía.

Tuvo muchas oportunidades de probar con frialdad su temple y matar con silencio su agonía.

Pero ésta vez fue distinta. Única.
Un dolor profundo, una amargura especial.

Por eso no perdonó.
No dudó.
No vaciló.

Un golpe tan rápido como certero llenó de odio el lugar.

Desde otra perspectiva, un alma libre y confundida,
presenciaba esta escena con la paz de quienes levitan.

Con el maquillaje corrido por las lágrimas y las manos salpicadas del color de la venganza,
el payaso más triste del mundo escribía, sobre un pecho inerte,
una nota con sangre que decía:

“Es más fácil matar a un hombre que hacerlo sonreír.”

 

 

nacimiento… | microrrelatos

Tan pronto como abrió sus ojos,
la luz fluorescente del ejército de tubos perforó sus pupilas,
inundando, con la fuerza inerte de un deshielo,
su cerebro de extrañas sombras y agonía.

La adrenalina se apoderó de su cuerpo, que dolía, ardía
y con incontrolables espasmos
le pedía a gritos la coherencia que lo mantuviera con vida.

Todo era nuevo, incierto, infierno.
No había palabras que pudieran escapar de su boca.
No había suspiros,
ni siquiera sueños traducidos en sonidos.

Sólo un pánico de agudos chirridos.
Sólo un llanto inexplicable que nunca había sentido.

Todo era sorpresa, desconcierto.

Y sólo se escuchaba, correr por los pasillos,
frenéticos médicos unidos en un grito.

El niño que hacía 37 años, en estado de coma había nacido,
hoy se sentía vivo.

 

 

haiku cotidiano…

Llamó tu vieja.

Hacete ensalada.

Hay milanesas.

 

 

algo que encontré por ahí…

esto iría muy bien con el cuento «sólo un segundo…»

un dia...

un día… | microrrelatos

Un día el tiempo simplemente se detuvo.

Los habitantes de este mecánico mundo estaban perdidos, desorientados,
como pichones huérfanos en sus propios nidos.

Sus tan venerados relojes, carecían ahora de sentido.

Los corazones dejaron de latir y el aire que inundaba sus pulmones se escapaba en mil suspiros.

Todos sus estímulos, aún sus necesidades más básicas y orgánicas,
habían desaparecido.

Sin embargo todos se sentían vivos.
Aún más vivos que de costumbre.

Y en ese momento, mirándose a los ojos, entendieron la cruel revelación, protagonista en sus escritos.

El tiempo es sólo un mito.