-¿Por qué sonríes? -le preguntó el niño al anciano que estaba sentado en el banco de la plaza.
-Sonrío porque es el mejor segundo. -contestó el anciano.
-¿El mejor segundo?
-Sí. El mejor segundo del mejor minuto.
-¿Qué minuto? –preguntó el niño confundido.
-El mejor minuto, de la mejor hora. -le dijo el anciano con tono educativo.
-No entiendo. –replicó el niño-. ¿Qué hora?
-La mejor hora, del mejor día, del mejor mes. -continuó el anciano.
-Ah… -dijo el niño pensando que el anciano estaba loco.
-¿Es que no lo comprendes? -continuó el anciano-. Es el mejor mes, del mejor año.
-No. No lo entiendo. -repuso el niño-. ¿Qué año? ¿Éste año?
-Claro –siguió el anciano- el mejor año, de la mejor década.
-Aún así no entiendo por qué sonríes. -lo increpó el niño.
-Lo dicho. Sonrío porque es el mejor segundo, del mejor minuto, de la mejor hora, del mejor día, del mejor mes, del mejor año, de la mejor década, de mi única vida.